La primera vez que vi a Stephanie, hace dos años aproximadamente, pensé que sufría de Anorexia Nerviosa, pero poco a poco me di cuenta de que no era así.
Vino solamente con la madre, y antes de tomar asiento, sacó una toalla de su mochila y la extendió sobre la silla, mirando cuidadosamente las historias desordenadas. Con delicadeza alargó sus finas manos y empezó a ordenar el escritorio mientras su madre empezó a narrar:
“Mi hija tiene once años y desde hace tres meses, al comer pescado, se atoró con una espina, ella pensó que se le ha quedado allí en la garganta, pero ya hemos ido a muchos especialistas y no le han encontrado nada, le hemos tomado radiografías, tomografías y hasta le han metido un tubo por la boca y no le han encontrado nada. Desde ese entonces no quiere comer y lo que a veces le provoca, se lo tenemos que dar licuado.”
Noté que Stephanie se rascaba varias veces la parte de atrás de la oreja derecha cada cierto tiempo. Y también que tenía tics en el ojo izquierdo. Estaba muy pálida y delgada. Las manos parecían transparentes y más blancas que el resto del cuerpo. Usaba ropa ancha para disimular la delgadez.
La madre continuó: “Y no sé si es desde esa vez que se atoró o un poco antes que se le ha dado por tener esos tics en el ojo izquierdo y por lavarse las manos siete veces seguidas que hasta un jabón entero se lo gasta en el día. También le he dicho que deje de rascarse la oreja porque se la va a hacer herida”.
Entonces la niña dijo: “Tengo miedo comer, ya no me duele la garganta, pero parece que me voy a atorar, que me voy a morir de un momento a otro, fue horrible, parecía que me iba a asfixiar, tosí y tosí y no salió nada. Desde esa vez se me han metido varias manías, no puedo tocar nada sin pensar en quién lo habrá tocado antes. Cuando me dan una moneda ahora la cojo con un papelito y me pongo a pensar quienes habrán tenido esta moneda entre sus manos, seguramente que la gente no se habrá lavado, hasta gente muerta la habrá tenido en sus bolsillos. Cuando subo al autobús, trato de no coger el pasamanos porque me imagino que mucha gente sucia se ha tomado de allí y que me puede transmitir enfermedades. Mi mamá es enfermera y me ha dicho que los microbios son tan pequeñitos que no se ven. Entonces, cuando no puedo quedarme parada, tengo varias bolsitas de plástico y tomo una para pasar mi mano y luego de que la uso la boto en un tacho para basura. Y apenas puedo me voy corriendo a lavarme las manos. Menos mal que tengo una toalla y jabón para mi sola. Me lavo siete veces exactas, si me equivoco, en la cuarta o quinta vez, empiezo a contar con mayor atención. Si es que no lo hago las siete veces seguidas, pienso que algo malo le va a pasar a mi mamá. Y para que no suceda, lo cuento las siete veces con cuidado, porque no debo equivocarme”.
La madre la miró y le dijo: “Eso no me habías contado, y yo que te llevaba desinfectante todos los días…”
La niña le mencionó que no se lo contaba porque eran cosas horribles, no te imaginas mamá las cosas horribles que se me vienen a la mente. También me pellizco la oreja tres veces para que no se venga el fin del mundo. A veces pienso que no es real, pero no puedo resistir el impulso de pellizcarme la oreja tres veces exactas”.
Ese día le pedimos los exámenes necesarios para descartar otro tipo de enfermedades, y cuando comprobamos que no sufría alguna enfermedad de origen orgánico, nos quedamos con el diagnóstico de Trastorno Obsesivo Compulsivo. Iniciamos tratamiento integral, tanto medicamentoso como psicoterapéutico y ahora, dos años después, veo a otra Stephanie viniendo a la consulta saludable y con el peso adecuado. Ya no limpia la silla ni arregla el escritorio. Tampoco tiene rituales para evitar desgracias. Ya está comiendo normal. Cuando le leo el motivo por el que vino a la consulta, me sonríe y me dice: no lo puedo creer, parece un mal sueño.
Entonces me toma de la mano y mirándome fijamente a los ojos, me dice: ¡muchas gracias doctor!
Entonces, me quedo contento, muy contento.
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