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miércoles, 31 de julio de 2013

Anorexia nerviosa

Recibí una llamada de la Emergencia del Hospital solicitando la evaluación de un joven de 16 años de quien sospechaban que tenía anorexia nerviosa. Apenas al llegar, vimos a Fernando en una silla de ruedas, enfundado en ropa grande y gruesa, que no era apropiada para este calor veraniego.
Parecía un niño de 12 años, máximo 13 años. Los dos padres estaban a su costado tomándole de la mano. Cuando me presenté, ellos me miraron con esperanza. “Lo que pasa es que nuestro hijo, desde hace un año, ha empezado a bajar de peso. A él le decimos oso porque hasta hace un año era gordito y parece que sus compañeros de salón empezaron a fastidiarlo bastante y de un momento a otro empezó a bajar de peso. Al comienzo nosotros nos alegramos porque dejaba de comer comida chatarra y dulces. En ese entonces pesaba 63 kilos mi osito, y ahora como usted puede verlo apenas llega a pesar 33 kilos, y eso que es alto. Ahora parece que se fuera a quebrar.”
La madre le arreglaba la ropa, lo abrigaba ante tanto calor.
Fernando me miraba pálido, temeroso, con ojos grandes y hundidos, la piel seca, los labios resecos, agrietados, cabello seco y quebradizo, me extendió una mano que más parecía un ramillete de largos dedos. Miré que respiraba con dificultad y que tenía los pies hinchados.
“Lo hemos traído doctor porque ahora ya no quiere tomar ni agua. Dice que está muy gordo aún cuando todos le decimos que está demasiado delgado. Al comienzo dejó de comer las comidas con aceite, luego disminuyó el arroz, y poco a poco fue dejando de comer. Nos obligó a comprarle una balanza y todo tipo de alimentos Light, que tengan bajas calorías y baja grasa. Ahora se pone a mirar las etiquetas y a contar las calorías, sabía qué cantidad de calorías iba a ingerir y como siempre le parecía que comía de más, entonces se desesperaba y empezaba a caminar como loco por toda la casa. Hubo un tiempo en que nos engañaba y dejaba la comida en sus bolsillos. Ahora cuando lo obligamos a sentarse junto con nosotros a la mesa, tiene que tener un rollo de papel higiénico consigo. Y cree que no nos damos cuenta que cuando toma un trago de avena, se limpia la boca con el papel higiénico allí lo va devolviendo, y al final del desayuno, junto a las tazas vacías tenemos un montículo de papel higiénico mezclado con comida. Ya no sabemos qué hacer, le hemos rogado, nos hemos puesto rígidos y al final lo hemos amenazado, y aún así no quiere comer. Lleva tres días sin comer, dice que tiene mucho frío y que no puede dormir ni en el día ni en la noche. Hace dos días que casi no toma agua, solamente se moja los labios. En lo que no ha bajado, es en su rendimiento escolar, el año pasado terminó su año escolar con notas sobresalientes, lee muchos libros, bastantes.”
Fernando es un joven que tiene la enfermedad llamada Anorexia Nerviosa, no es muy frecuente en varones. Es más, por cada diez pacientes que tienen anorexia nerviosa, nueve son mujeres y un varón. Al evaluar a Fernando nos dimos cuenta de que requería urgente una hospitalización, pero no en una sala de hospitalización común, sino en una sala de Cuidados intensivos, sus funciones vitales también estaban disminuidas. Hicimos las interconsultas correspondientes con las distintas especialidades, y gracias a eso Fernando todavía está con vida.
Ahora que ha pasado a la Sala de Hospitalización de Psiquiatría Infanto Juvenil, donde se está recuperando poco a poco, sus padres muestran su agradecimiento.
“Muchas gracias por evitar que mi hijo se muriera, doctor”.
Ya para esto le expliqué el tratamiento es largo, que requeriremos el apoyo de la familia, porque el tratamiento puede durar, dos, tres, cinco años. Y que, como en todo problema psiquiátrico se requiere que tanto el paciente, como la familia del paciente, tomen Conciencia de Enfermedad, de que algo está sucediendo con ellos.
Tengo fe en la recuperación de Fernando, esperanza en alcanzarla, para que pueda vivir su vida de joven, en concordancia con el amor a la humanidad.

Alexitimia

La palabra Alexitimia deriva del griego “a”, que significa: sin, “lexis”, que significa: palabra, y “thymos”: afecto; es decir, que existe la dificultad para expresar e identificar qué emoción estamos sintiendo.
Hay muchas personas que cuando se les pregunta qué emoción están sintiendo, empiezan diciendo lo que están pensando y no logran expresar lo que están sintiendo.
No es que se considere a la Alexitimia como una enfermedad, sino que es más saludable, expresar lo que sentimos, y mucho mejor si nuestra conducta es congruente con lo pensamos y lo que sentimos.
Los seres humanos nacemos con un código genético determinado por la fusión del ADN de nuestros padres, y dentro de este código genético tenemos mucha información, desde el color de ojos, del color de la piel, hasta la forma de nuestro cuerpo. Algunos genes, de acuerdo a las circunstancias, se activan o permanecen “dormidos”. Y las circunstancias corresponden a todo lo que nos rodea, nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra cultura. Si comparamos a nuestro cerebro con un “Disco Duro” de una computadora, sabremos de que no viene en blanco, sino que ya viene con un Sistema Operativo, que en el caso de las computadoras, puede ser el Windows, el Linux, o cualquier otro; y en el caso del cerebro, tampoco viene en blanco, ya viene genéticamente programado, ya tenemos nuestros instintos de sobreviviencia, ya venimos con nuestras emociones básicas. Y sobre este Sistema Operativo, como en las computadoras, “instalamos” otros programas, como el “Microsoft Word, etc”, y en el ser humano, el principal programa que instalamos es el lenguaje. No importa donde nacemos, lo importante es dónde nos criamos. Si un niño nace en el Perú y recién nacido es llevado a Japón, este niño crecerá hablando japonés y a través de este idioma, aprenderá la cultura de Japón.
Y este lenguaje que aprendemos nos servirá para poder expresar lo que pensamos y muy en especial, lo que sentimos. Aunque muchas personas digan: “no es necesario que yo le diga que la quiero, ella ya lo sabe, por todo lo que hago por ella”; siempre es conveniente expresar verbalmente lo que sentimos hacia los demás.
Dependiendo de las elecciones que hacemos desde niños, aprenderemos a expresar en menor o mayor medida, lo que sentimos. Algunos padres no enseñan, mediante el ejemplo, a expresar lo que sienten, y con ello están limitando tremendamente la vida psíquica de los hijos.
Las emociones básicas nos sirven para vivir, sin ellas morimos. Dentro de las cinco emociones básicas están dos muy agradables: el amor y la alegría, y tres desagradables: como la tristeza, la ira y el miedo. Necesitamos de todas ellas para hacerle frente a la realidad, y sin ellas moriremos.
El amor es importante, especialmente en los seres humanos, porque dependemos de nuestros padres y de los seres adultos, para ser cuidados desde que nacemos, y por el amor que nos prodigan nuestros padres ellos impedirán que muramos. Lo mismo ocurre con la alegría, que es la sal de la vida.
Y algunas personas dirán ¿cómo es que la tristeza, la ira, y el miedo nos salvarán de morir?, muy sencillo: si yo no expreso mi tristeza, que es una emoción auténtica y natural, probablemente me enfermaré de depresión y ello sí me matará. La ira es necesaria para defendernos de los peligros, de los depredadores, de los animales peligrosos. El miedo nos protege de hacernos daño. Si los seres humanos no sentiríamos el miedo como algo natural, estaríamos expuestos a muchos peligros y nos haríamos daño, cruzaríamos la calle sin percatarnos de los peligros, no le tendríamos miedo al fuego ni a las alturas.
Es por eso que es saludable poder identificar lo que estamos sintiendo y expresar verbalmente nuestras emociones, todas nuestras emociones básicas. A veces aprendemos a sentir miedo a expresar nuestro cariño y nuestro amor hacia nuestros seres queridos. Hagamos un alto en nuestras vidas y expresemos cada día nuestro amor y cariño a aquellos que tanto queremos, sin necesidad de esperar un día especial ni la ayuda del alcohol para hacerlo.
Cuando lo expresemos con mayor frecuencia se nos hará un hábito, un buen hábito. Hoy me acercaré a la persona que amo, la miraré a los ojos y simplemente le diré: Te Amo.

El autocumplimiento de la profecía

Un padre acude por primera vez al consultorio con dos mellizos de tres años cada uno. Es poco frecuente que acudan los padres acompañando a las madres a la consulta, y mucho menos frecuente, es que los padres acudan solos con los niños.
Tomo los datos de filiación del niño por el cual acude a consulta y por los antecedentes familiares me entero de que el padre es albañil, maestro de obra. Cuando le pregunto por el motivo de consulta, me dice que no sabe cómo explicarlo, que es por la conducta del niño.
Le pido que me explique cómo es la conducta del niño, y después de muchos rodeos me dice que seguramente es así porque es el segundo mellizo, ha resultado más débil que el hermano, que por las puras llora, que no le gusta jugar con los niños como sí lo hace su hermano, que solamente le gusta jugar con niñas y con los juguetes de las niñas, que su hermanito, primer mellizo juega con carros, pistolas, camiones, reclama las cosas como macho, en cambio mi otro hijito es muy débil y por las puras llora, lo traigo porque pienso que se puede convertir en homosexual.
Lo escucho atentamente y me tomo el tiempo suficiente para explicarle la historia de la profecía del Oráculo de Delfos, donde Layo, el rey de Tebas, fue a preguntar por su futuro y el oráculo le dijo que el hijo que iba a engendrar le iba a dar muerte y se casaría con su esposa, es decir con su propia madre. Estando ebrio tuvo un hijo con Yocasta y para que no se cumpliera la profecía, le atravesó los pies al recién nacido y ordenó que lo abandonasen en el monte para que se muriera de inanición. No contó con que unos pastores recogieran al niño y lo criaran como propio, lejos del reino de Tebas, y le pusieron de nombre Edipo. Al llegar a la mayoría de edad y porque los compañeros empezaron a hablar de que no era hijo de los padres que lo criaban, decidió ir al oráculo de Delfos, donde le dijeron que mataría a su padre y se casaría con su madre. Para huir de esta profecía, Edipo huye de la casa de quienes consideraba sus padres y se acercó a Tebas, donde tuvo una confrontación con Layo y lo mató sin saber que era su padre biológico. Luego descifró el enigma de la Esfinge que preguntaba quién era el ser vivo que durante la mañana camina con cuatro pies, al mediodía en dos y al atardecer en tres. Edipo, al responder que era el hombre, que en la infancia gatea, en la madurez camina erguido y ya en la ancianidad se ayuda con el apoyo de un bastón; obtuvo como premio al descifrar el enigma y al salvar a Tebas de la Esfinge, convertirse en rey y desposar a la viuda de Layo, sin saber que era su propia madre.
Miro al padre y parece no entender la analogía de la profecía de Edipo. Entonces le digo, mire, usted es maestro de obra, si le dijera que colocara sobre el piso una tabla muy gruesa, de un ancho de cincuenta centímetros y de un largo de cien metros, y le pidiera que caminara sobre la tabla sin tocar el piso, ¿podría? Claro pues doctor, me responde, hasta correría sin ningún problema, la tabla es lo suficientemente ancha como para yo no tocar el piso.
Ahora, le digo, imagine que la misma tabla, de la misma longitud, la colocamos encima, entre dos edificios de trece pisos, y le dijera que caminara sin caerse, en una situación en que no hubiera viento, ni ningún elemento distractor. Se rasca la cabeza, me mira y me dice, lo pensaría varias veces doctor, nosotros en las construcciones desde el segundo piso ya estamos obligados por Ley, a tener un arnés para evitar los accidentes, creo que habría muchas probabilidades de caerme.
Entonces, replico, ¿qué diferencia existe entre la tabla sobre el piso y la tabla sobre los edificios de trece pisos, si tienen el mismo ancho? Es el miedo doctor, el miedo a caerme, sobre el piso no me pasaría nada, en cambio si me caigo del piso trece, me hago papilla.
Es lo mismo que usted y la familia están haciendo con su hijo. Él no tiene nada, los voy a citar a toda la familia extensa para conocerlos.
La primera vez que acudieron los abuelos y primos solamente era puras quejas sobre la conducta del niño y su gran temor a que se convirtiera en homosexual y que se muriera de Sida como el vecino de la esquina.
Ahora, después de siete sesiones, están más sosegados y el temor que tenían está alejado. El padre está menos machista, la madre menos sumisa y los mellizos, al parecer, por fin están disfrutando su infancia, tranquilos, como niños de Dios, que son.

domingo, 28 de julio de 2013

Síndrome de Down

Dos padres, de aproximadamente 60 años, me miran con ternura y se toman el tiempo para contarme de Mercedes, una adolescente de 17 años, con Síndrome de Down y que ya está pronta a cumplir 18 años. Están preocupados porque si no realizan los trámites de una manera rápida, Mercedes perderá su Seguro Social. Los escucho y los tranquilizo diciéndoles que sí le corresponde continuar con sus atenciones médicas por EsSalud, ya que ella depende de sus padres en gran medida. El papá sufre de Parkinson y camina con mucha dificultad apoyándose en un bastón. No sé de dónde saca tanta energía este hombre para recorrer todos los lugares donde se requiere realizar los trámites burocráticos. Sonriéndome me dice que ya falta muy poco para que el hermano mayor de Mercedes tenga la custodia en el juicio de Interdicción que están siguiendo para continuar de acuerdo a Ley. El padre de Mercedes me dice que, con el Parkinson que sufre, le es más fácil subir las escaleras que bajarlas.
La madre me cuenta que Mercedes es la séptima de siete hermanos, que no sabe cómo salió gestando cuando ya se había realizado ligadura bilateral de trompas. “Parece que soy muy fértil, me dice sonriendo. Todos mis hijos me han salido muy buenos, aunque todos están fuera del país, menos mi hijo mayor que todos los días se preocupa de nosotros y nos llama por teléfono.
Con lágrimas en los ojos me dice que como tenía 42 años cuando concibió a Mercedes, los médicos sospecharon que podría sufrir de alguna anomalía cromosómica, como la Trisomía 21. A los cuatro meses le realizaron una amniocentesis, que es la extracción de líquido amniótico con una aguja a través del abdomen y mediante el estudio de las células, llegaron a la conclusión que Mercedes nacería con Sindrome de Down o trisomía 21.
Vinieron varios médicos y uno de ellos hasta me propuso que interrumpiera mi embarazo, pero ninguno de los dos quisimos hacerlo y decidimos tenerla. Le llamamos Mercedes, porque nació un 24 de Setiembre, el día que se celebra a Nuestra Señora de las Mercedes, mi virgencita linda que hasta ahora me la ha conservado con bien. Durante estos 17 años nos ha dado muchas preocupaciones, pero también la más grande de las felicidades. Es muy alegre y cariñosa. Cuida muy bien las plantas y a sus mascotas. Y con los otros niños es muy fraterna. Algunos niños le gritan mongolita, pero yo me tomo el tiempo de decirle a esos niños que ya no se usa ese término despectivo y un tanto racista, y que por favor la llamen por su nombre. Antes se usaba este término que en realidad, mongoles corresponde a aquellos nacidos en Mongolia, y que tienen rasgos achinados por corresponder a un país asiático.
Entonces recuerdo que hace tres años en que vino a consulta por primera vez, era porque estaba triste, la profesora del colegio especial donde estudiaba, se había ido fuera del país y probablemente no regresaría. Estuvo varios días sin comer y casi sin dormir. Estaba irritable, y no quería hacer sus tareas ni en la casa ni en el colegio.
Mercedes estaba pasando por un proceso de desadaptación, y poco a poco fue recuperando la alegría de vivir y a adaptarse a su nueva profesora. En cada consulta me traía innumerables cuadernos con muchos dibujos muy bonitos y debajo de ellos tenía escrito, con letra redonda, de qué se trataba el dibujo. Hasta ahora guardo una pintura en cartulina en que me había dibujado con su familia y su mascota, y cada vez que miro el dibujo no dejo de maravillarme de la espontaneidad de Mercedes.
Cada vez que entra a consulta, se acerca a saludarme con un beso y un abrazo, y de igual forma lo hace al despedirse. Me cuenta de sus amigos del Colegio especial, me muestra sus manualidades, sus estrellas y sus caritas felices. Y creo que nunca se cansaría de abrazar a sus padres y de besarlos, acordándose de alguna fiesta infantil o simplemente de un paseo a la playa. Le gustan mucho los helados y si son de chocolate mucho mejor. Me enseña sus fotos donde fue campeona de marinera, y de aquella vez que fue a una Olimpiada y que vino no con una medalla, sino con tres medallas de oro.
Sus padres la han cuidado muy bien y la llevan a varios especialistas para sus controles anuales.
Antes de despedirnos y a manera de consuelo, le digo a los padres que todavía falta cinco meses para que Mercedes cumpla 18 años y que estoy seguro que para esa fecha ellos podrán lograr que la Junta Médica pueda otorgarle la continuidad de la atención médica, porque le corresponde.
Hasta pronto Mercedes, tus padres dicen que eres el regalo más maravilloso que jamás hubieran imaginado tener. Y yo estoy convencido de que así es.

Esquizofrenia

Mauricio es un joven de 16 años que acude a consulta acompañado de su madre, muy angustiado, diciendo necesito ayuda doctor, por favor hospitalíceme.
No es frecuente que un joven quiera hospitalizarse, por lo que me sorprendo ante el pedido de Mauricio. Y le pregunto qué es lo que le está sucediendo. Mira hacia los costados, hacia atrás, y me dice, en forma pausada, que desde hacía tres meses que tiene dificultades para dormir, que al comienzo tenía pesadillas, pesadillas horribles doctor, que no se las puedo ni contar. Luego tenía dificultades para conciliar el sueño y últimamente ya no duerme nada durante la noche, que solamente en la madrugada logra dormir un poco.
Además, doctor, hace dos meses he empezado a escuchar una voz de una persona que no conozco, que me dice que haga cosas que no me gusta hacerlas, y lo peor es que últimamente me está diciendo que me mate, que agarre una soga y que me cuelgue. Nadie más la escucha, solamente yo. Ahorita por ejemplo, me está diciendo no le hagas caso al doctor, ¿para qué has venido si nadie puede ayudarte?, no te voy a dejar tranquilo en ningún sitio.
Doctor, tengo miedo de que me esté dando la misma enfermedad que le ha dado a mi mamá.
La madre me mira y dice, Doctor, yo estoy recibiendo tratamiento en Psiquiatría de adultos porque tengo esquizofrenia, actualmente estoy bien porque estoy tomando mis pastillas. Y me siento mal porque creo que además de transmitirle la enfermedad a mi hijo, es como si lo hubiera torturado toda su vida, porque desde pequeño él ha visto cómo me daban mis ataques, muchas veces he llorado abrazada a él, y pienso que algo le he trasmitido. Yo por ejemplo escuchaba las bocinas de los carros, y sentía clarito que los vecinos me estaban insultando, entonces yo me molestaba y agarraba piedras y les tiraba en sus casas. Él ha visto eso, ha visto cuando la gente me decía loca y yo me pasaba las noches despierta hablando con unas niñas que se me aparecían en el cuarto y que se burlaban de mí. Yo no podía salir ni a la esquina porque cuando pasaba ante un grupo de gente que estaba riéndose de algunas bromas entre ellos, al instante yo pensaba que se estaban burlando de mí. Igual me pasa mamá, yo pienso que mis compañeros de colegio se ríen y hablan a mis espaldas. A veces me he molestado y les he insultado y ellos me dicen que estoy loco.
Lo que más me molesta doctor, son esos pensamientos, que dan vuelta en mi cabeza y que no los puedo atrapar, porque apenas los pienso, se me van y no los puedo retener y así puedo estar horas y horas tratando de pensar en lo que estoy pensando. Pienso que la gente tiene poderes de leerme el pensamiento, así como yo puedo adivinar lo que están pensando de mí.
La vez pasada encontré tres clips sobre mi carpeta, entonces al instante pensé que alguien los había colocado allí para apoderarse de mi mente y de mis pensamientos para que yo haga lo que ellos quieran que haga. Ni los toqué, con un cuaderno los empujé lejos y después tiré el cuaderno a la basura. También pensaba que la secretaria del colegio, me miraba con insistencia y por momentos su cara se transformaba en una bruja que aparecía en mis sueños y me amenazaba con que me iba a desaparecer de este mundo.
Es por eso doctor que quiero que me hospitalice.
Entonces realicé unas preguntas a su mamá, y firmaron los documentos necesarios para su hospitalización.
Ya ha pasado más de dos semanas desde que Mauricio ingresó al Hospital a recibir un tratamiento integral y ayer en la mañana que pasé visita lo encontré sonriente y con mucho entusiasmo me estrechó la mano: ya me siento mucho mejor doctor, por un momento pensé que nunca iba a regresar a la normalidad. Ya no tengo pesadillas, ya no escucho voces y ya duermo mejor y mis pensamientos como que se han calmado.
Yo, como médico y como ser humano, también me siento mucho mejor de saber que actualmente es posible cambiar el curso de la enfermedad esquizofrénica, tanto en adultos, como en adolescentes.
Y con mucha tranquilidad recuerdo a muchos jóvenes que se han recuperado y que están estudiando en la Universidad, porque han tenido la ocasión de tener un diagnóstico y tratamiento oportunos.
Entonces, empiezo cada día con muchísimo optimismo.

sábado, 27 de julio de 2013

Ludopatía

Jorge Luis es un paciente de 33 años de edad, obrero, trabajador de una fábrica de moldes metálicos para hacer botellas plásticas, que lleva laborando desde los 18 años. Ocasionalmente toma alcohol y hasta hace tres años era un padre ejemplar. Está casado y tiene dos hijas.
Parecería que su vida estaba completamente realizada, cuando una tarde, de hace tres años, un amigo lo invitó a entrar a un casino. “Nunca había pisado un casino antes, tampoco me había gustado jugar a las cartas. Al comienzo no entendía como la gente podía estar horas y horas frente a una máquina pulsando un botón o jalando una palanquita. Pero esa tarde parecía que era un milagro: primera vez que jugaba y la máquina resultó pagándome treinta veces lo que había apostado. Esa vez me sirvió para pagar la escolaridad de mis hijas. Pero no pasó ni una semana y regresé a jugar, esta vez sin mi amigo. Al final perdí todo mi sueldo de la quincena. No sabía qué hacer, no quería regresar a mi casa, no sabía qué le iba a decir a mi esposa. Al final le mentí y le dije que me habían robado.”.
Actualmente Jorge Luis se encuentra nuevamente hospitalizado. La semana pasada recayó después de haber estado sin jugar casi un año. “En dos semanas cumpliría un año de estar invicto, sin jugar nada. Y yo me creía el rey del mundo y para probarme, me dije: voy a pasar por delante del casino con el sueldo recién pagado, yo estoy seguro de que ya no recaeré. Y no sé cómo, se me entró la idea de que podía pagar todas mis deudas si solamente jugaba una sola vez. Parecía que estaba ciego, que una fuerza extraña me impulsaba y me decía que esta vez iba a ganar. Apenas entré las anfitrionas me invitaron un café y me trajeron sánguches. Y al poco rato, había perdido todo mi dinero. El tiempo pasa rápido dentro del casino. Cuando llegué a casa, mi esposa me miró y parecía como que ya sabía que había estado jugando.”
“Hace tres años, cuando empecé a jugar, mi vida se fue transformando de a pocos, podía pasarme toda la noche dentro del casino, al día siguiente salía solamente para asearme y después ni me importaba asearme. Al comienzo mentía a mi esposa, a mi familia, a mis jefes, les pedía dinero a mis compañeros y no les devolvía. Pedía préstamos y cada vez me endeudaba más. Hipotequé mi casa y vendí mi carrito a precio de regalo. Todo por seguir jugando. Cuando perdía salía pensando que debería regresar para recuperar lo perdido. Y cuando ganaba, pensaba que debía regresar porque estaba de buena racha y volvería a ganar. Cada vez aumentaba más el dinero que perdía. Parecía que el dinero perdía su valor. Por ejemplo veinte soles eran como veinte centavos, no valía nada en la máquina. Y yo aumentaba el monto cada día. Todo el día pensaba en ir a jugar. Es más, caminaba por la calle y la música y sonidos de la máquina me seguían por todos lados, hasta cuando me acostaba, los seguía escuchando antes de dormir. Al comienzo mi esposa pensaba que la estaba engañando con otra mujer, ya ni tenía ganas de dormir con ella.”
“Yo no sabía que esto era una enfermedad, pensaba que era simplemente un vicio y que lo dejaría en el momento en que yo quisiera. Pero esto era un autoengaño. Cada vez estaba peor, pedía permisos en mi trabajo. Casi pierdo mi trabajo, mi familia, mi casa. Hasta que un día, cuando no tenía nada de dinero y mi esposa se había ido a vivir con su mamá, me avisaron que mi hija menor estaba con fiebre y muy grave. Fui a pedir prestado a varios amigos y familiares, pero ya nadie me creía. Ese día hasta pensé en robar. Menos mal que todavía contábamos con el seguro social y mi esposa la llevó de emergencia. Esa vez le juré que si se mejoraba, dejaría de jugar para siempre.”
“Y esa vez me hospitalizaron, estuve como quince días. Tenía terapias todos los días, aprendí muchas cosas, me dijeron que no me convenía frecuentar a los amigos que había hecho en los casinos, que tampoco pasara delante de los casinos ni para probarme, que procurara andar con el dinero necesario para los pasajes. Y como mi esposa me apoyó en mi recuperación, los primeros meses, ella me acompañaba a cobrar y ella distribuía el dinero para los gastos y para pagar las múltiples deudas.”
“Recuperé mi trabajo, mi familia, mi nueva vida. Y no se me ocurre cómo es que me engañé y resulté metido en el casino después de casi un año de abstinencia. Había asistido a grupos de ayuda mutua, grupos de jugadores anónimos, me sabía de memoria los doce pasos, pero nada de eso me sirvió. Me dejé vencer por mi soberbia.”
“Ahora que estoy hospitalizado nuevamente, pienso que es necesario continuar con las terapias, que es necesario apostar por mi vida, por mi nueva vida.”
Lo que me cuenta Jorge Luis, no es algo nuevo, ya un grande de la literatura mundial como lo es el ruso Fedor Dostoievski, ha descrito de manera prolija lo que piensa y siente un ludópata en su obra El jugador.
Miro a Jorge Luis, y pienso que todavía está a tiempo para recomenzar su vida, su nueva vida.

¿Ludopatía?

Es mucho más frecuente que una madre lleve a consulta a un menor, a que acudan ambos padres, y es menos frecuente que sea solamente el padre el que acuda con el niño.
Esta vez acuden ambos padres con un menor de cinco años de edad. Mientras la madre empieza a hablar, el niño se desprende de sus brazos y se pone a explorar el consultorio ante la mirada permisiva del padre: se sube a una silla y prende y apaga la luz, gira el control de los ventiladores, se acerca a la ventana, jala las cortinas y luego empieza a apilar las sillas. Yo aprovecho, sin intervenir, los escasos minutos de la consulta, para observar la conducta del niño y la de sus padres.
El papá lo mira sin decir nada y la mamá lo amenaza y le dice que no le va a comprar las golosinas que le prometió. Por breves instantes el niño se tranquiliza, pero luego volver a moverse dentro y fuera del consultorio.
Entonces, la mamá abre su cartera y saca un PSP (Play Station Portatil), se lo enseña al niño y éste corre desesperado mirando a la madre, quien se lo entrega no sin antes darle un sermón.
La madre dice: “Doctor lo traigo porque mucho le gusta jugar en la computadora, yo lo grito y parece que fuera sordo, no me escucha, hasta en el Internet para jugando. Y menos mal que ya retiraron la máquina china que había en la puerta de la bodega, porque a cada rato venía en forma insistente, a pedirme cincuenta céntimos para jugar. Todos me han dicho que mi hijo sufre de Ludopatía: los profesores, mis vecinos y mi familia. Se queda jugando hasta tarde en Internet, y cuando le digo que apague la computadora no me hace caso, y cuando apago la llave general de la luz, se pone a chillar como si lo estuviera descuartizando. Es por eso que nuevamente tengo que prenderle la computadora”.
“Y hace ocho meses que nació su hermanito menor, y se desquita con él, parece como si no lo quisiera, le pega y lo hace llorar. Yo puse el Internet porque mi hermano, que está en la Universidad lo necesita, pero a veces los dos se ponen a jugar. A su papá, que es más débil de carácter, no le hace nada de caso, y a mí, solamente cuando me molesto y lo grito”.
“Yo preferiría, Doctor, que me le recete una pastilla para darle en las mañanas, porque de noche, cuando regreso de trabajar, yo ya lo encuentro dormido; y su abuelita, que lo engríe mucho, dice que está muy pequeño para recibir pastillas y estoy segura de que no le va a dar de tomar las pastillas. En cambio, como yo entro a trabajar a las nueve de la mañana, yo me encargaría de darle la pastilla en las mañanas, para que deje de jugar. No se imagina el escándalo que me hizo para que le comprara ese aparatito con el cual ahora está entretenido, pasé mucha vergüenza, menos mal que con eso lo pude calmar”.
“A su papá, prácticamente lo ve los domingos, sale temprano a trabajar cuando los bebes están durmiendo y regresa cuando ya todos estamos acostados. Es que necesitamos del trabajo de los dos para poder mantenernos.”
“Al menor lo dejamos en la cuna y mi mamá lo va a recoger al mediodía, y después de esa hora se le juntan los dos, porque el mayor también sale del colegio, porque ya lo hemos puesto al Nido de 5 años. Es por eso que también decidí comprarle ese aparato para que se entretuviera y pudiera dejar en paz a la abuelita.”
“Pero ahora no quiero que siga enviciado con esto de los juegos por Internet, que ni al colegio quiere ir.”
El padre ha permanecido callado y, después que la madre termina de hablar, les digo que en este caso preferiría darles pastillas a los padres, y que lo que voy a recetarle al niño no son pastillas, tampoco ampollas, y que de ninguna manera lo podrán encontrar en las farmacias. Entonces tomo un recetario y escribo: Amor, en grandes dosis, mañana, tarde y noche; lo firmo, lo sello y se los entrego.
Y me tomo todo el tiempo del mundo para explicarle lo que engloba la palabra amor: respeto, cuidado, protección, responsabilidad, etc. Les digo que para la próxima consulta no traigan al niño, que vengan ellos solos tanto para Terapia de Padres, como en Terapia de grupo de padres.
Cuando se retiran, me quedo pensando en la cantidad de niños que traen a sus padres a la consulta. Sin embargo, los padres creen que son ellos los que traen a sus hijos al consultorio.

jueves, 25 de julio de 2013

Coadicción

Cuando durante la tercera sesión de Terapia de Familia, le dije a la madre de Diego que ella era coadicta, me miró primero extrañada, y luego, muy molesta, me dijo que nunca en su vida ella había consumido ninguna droga.
Diego, ahora de 17 años, había empezado el consumo de drogas a los doce años. Empezó, como dijo, como jugando, solamente para probar, sin saber que se engancharía a la cocaína.
Delante de sus padres y hermanos, Diego relataba cómo se inició en el consumo de nicotina, alcohol, marihuana, pasta básica de cocaína, benzodiacepinas, “pero yo doctor, solamente consumo clorhidrato de cocaína, ya no consumo ni marihuana ni pasta básica, mi familia ya sabe que me recurseo para poder seguir con mi vicio. Y esta vez he venido porque tuve una sobredosis y casi me muero, mi madre pensaba que yo me estaba haciendo, que estaba fingiendo, yo veía las cosas borrosas, el corazón parecía que se me iba a salir del pecho y como que me desmayé, y arrastrándome llegué adonde mi mamá, que ni caso me hacía. Y allí le dije que llamara a mi tía Nora que es médico, le expliqué lo que sentía y por fin me trajeron a la Emergencia del Almenara, parecía un viaje interminable, parecía que ya me iba a morir”.
Diego, aunque con una motivación prestada, esta vez está dispuesto a cambiar. “Ya me han internado en Centros de Rehabilitación, algunos fichos, con cancha de futbol y piscinas, pero solamente para mirarlas, porque nos sacaban una vez al mes a caminar alrededor, cuando era día de visita, tampoco tenían profesionales, el dueño era un ex adicto que había contratado a otros ex adictos como monitores, y lo que hacían era castigarnos, levantarnos de madrugada, echarnos agua helada y dejarnos parados durante casi tres días hasta que nos temblaban las piernas y nos caíamos desmayados”.
La madre de Diego, carraspea un poco, suave pero firme, me dice que le aclare porqué le he llamado adicta. Entonces le corrijo, le digo que no le he dicho que es adicta, sino que es coadicta.
Y le digo que las personas coadictas son aquellas que permiten y que ayudan a que el drogadicto no se cure. ¿Quiere decir que yo hago cosas para el mal de mi hijo, cuando todo lo que hago es por su bien?
Dejo que termine de hablar y hablo de otra madre, que es un ejemplo de coadicta, le digo. Esta otra madre es la que le da dinero, una propina al hijo que se encuentra en rehabilitación, cuando la indicación del médico es que el paciente no maneje nada de dinero. ¿Pero cómo va a hacer si por allí le provoca comerse alguito? Además, como en la época de consumo casi ni ha comido y está tan flaco… Esta otra madre se queda desvelada esperando al hijo que se ha ido de parranda con los “amigos”, escucha sus pasos y le abre la puerta suavemente para no despertar a los demás miembros de la familia, inclusive le dice: “entra despacio para que no se despierte tu papá, te ves tan pálido, espera un ratito que te voy a calentar la comida que te he guardado, no te puedes dormir sin comer”.
Miro a los ojos de la madre de Diego que todavía quiere reclamar algo, y cuando empieza a decir que ella nunca desearía que su hijo recaiga, le dijo que los coadictos no lo hacen a propósito, que mas bien es por sobreprotección, por un amor equivocado hacia sus seres queridos, que les impiden ser autónomos, independientes y quieren, en el fondo de sus almas, que sigan siendo el niño pequeño que criaron.
Entonces leo en voz alta el reporte de Enfermería donde dice que la mamá, en clara alusión al estilo del consumidor, había “pasado” un celular en el fondo falso de su cartera, aún cuando ya había sido advertida que no estaba permitido el uso de celulares para los pacientes hospitalizados, que se había prestado para llamar por teléfono a los amigos consumidores y que le trajeron droga camuflada. Y también aproveché para devolverle el billete de cincuenta soles que le había dejado al hijo. “Es que le podía provocar comerse una tortita en la cafetería”.
Por el bien de Diego, espero que su madre y su familia entera, tomen conciencia del rol que están jugando en la recuperación de Diego y de ellos mismos.

Trastorno Obsesivo compulsivo. Tratamiento

El diagnóstico de Trastorno Obsesivo Compulsivo que tuvo Stephanie, no fue ningún problema. Le pedimos algunos análisis y una Tomografía Axial Computarizada Cerebral, solamente para descartar que hubiera la pequeña posibilidad de que tuviera un problema orgánico; porque en toda mi vida profesional como psiquiatra, solamente he visto un caso de un paciente que empezó con los mismos síntomas y que tenía un tumor de células gliales, que son células cerebrales que básicamente sirven de sostén a las neuronas. Este tumor estaba localizado en la región temporal derecha del cerebro, y el paciente había empezado con síntomas obsesivos de suciedad y actos compulsivos de limpieza.
Cuando le di el diagnóstico a la madre, y le planteé el tratamiento integral, observé una mirada de angustia en la madre. “Mire, yo soy enfermera, estoy de acuerdo en empezar la psicoterapia individual, la psicoterapia grupal de mi hija, también estoy de acuerdo con empezar la psicoterapia de padres, pero tengo ciertos reparos en iniciar el tratamiento psicofarmacológico, no sé, pero no creo que mi hija necesite pastillas”. Le dije que lo conversaran con la familia y que luego me dijeran su opinión.
A la siguiente consulta acudió Stephanie con sus padres, ella se sentó muy cerca a su madre y el padre estuvo un poco más alejado. “Doctor, me dijo la madre, nosotros estamos separados hace tres años por razones que no queremos discutir delante de mi niña, pero ya he hablado con mi esposo que es médico y que él está de acuerdo en iniciar con las pastillas. Pero yo sigo con la idea de que no es necesario iniciar los medicamentos. Pienso que si esto es originado porque mi Stephanie está así, porque su padre ha dejado de visitarla y de llamarla, y hace como tres meses, cuando empezó este problema del atoro que tuvo mi hija, su padre aquí presente la ha estado presionando para que sea la mejor de la clase, la número uno, y yo creo que por esto está ella así… Pienso que como su cerebro está muy ocupado con tantas cosas, ella está gastando serotonina y eso la ha enfermado”. El esposo se dirigió a mi sin mirar a su esposa: “Mire colega, yo soy médico pediatra y comprendo la necesidad de usar los fármacos antidepresivos que se indican en estos trastornos. Sé también que la psicoterapia es necesaria conjuntamente con los medicamentos”.
Miré a la madre y le expliqué que necesitaba que ella estuviera también comprometida en el tratamiento psicofarmacológico, que el tratamiento era integral, y que en este caso era necesario iniciar la medicación. Al no obtener respuesta positiva, les dije que ya había tenido padres de pacientes que no estaban completamente comprometidos y que de una forma no consciente, habían boicoteado el tratamiento, es por eso que era necesario que se pusieran de acuerdo y que cuando ya estuvieran convencidos todos, regresaran para iniciar el tratamiento farmacológico. Les dije además que podían consultar con una segunda opinión y hasta con una tercera. Además les recordé, como les recuerdo a la mayoría de padres separados, que los padres podrán estar divorciados entre ellos, pero los padres nunca se divorcian de los hijos.
A las tres semanas regresaron los tres y esta vez la madre ya estaba de acuerdo con iniciar el tratamiento con las pastillas. Le pregunté cómo es que se había convencido de la necesidad de los fármacos y me dijo que había hablado con otros médicos de su hospital, que le habían dicho lo mismo, que había investigado y que se había angustiado con toda la lista de efectos adversos y colaterales de los medicamentos, pero que al final de todo veía que su hija estaba empeorando. “Es por eso que me decidí, doctor”.
Actualmente acuden varios pacientes recomendados por la madre de Stephanie y para mi es una muestra de su satisfacción por la recuperación de su hija.

miércoles, 24 de julio de 2013

Síndrome de alienación parental

La madre acude a la consulta con una niña de tres años, y al preguntarle por el motivo de la consulta, empieza a decirme que su conviviente ha violado a su hijita, a su propia hija.
La niña corre por todo el consultorio esparciendo arroz coloreado que lleva en un cucurucho, la madre la llama para limpiarle la cara. Se acerca un rato y la niña vuelve a correr.
Le pregunto si es que ha acudido a Medicina Legal, y la madre dice que ha ido un montón de veces, pero que no le han encontrado nada a mi hija, los médicos dicen que está sanita, pero yo creo que mi marido le ha hecho cosas a mi hija. Es que él es un mañoso, desde hace como cinco meses que está saliendo con la vecina y ya no nos quiere dar para el diario. Y yo estoy segura de que él le ha hecho daño a mi hija, porque ella se estaba quejando que le dolía su partecita, y yo le revisé y estaba rojo, parecía como una quemadura. Ese mismo día mi marido se había metido a la casa de la vecina, y cuando yo le reclamé, ni caso me hizo y hasta me quiso pegar. Mi hijita ya sabe todo lo que le ha hecho su papá, y queremos que vaya a la cárcel por todas las cosas que ha hecho. Usted pregúntele doctor todo lo que le ha hecho su papá. La niña se para en medio del consultorio y dice “papá malo”. ¿Dónde te tocaba hijita? ¿Cómo te hacía? Cuéntale al doctor…
La profesora me mandó a llamar la vez pasada porque había encontrado a mi hijta llorando en el Nido, y ellas asustadas me dijeron que mi hija les decía que su propio padre la había tocado sus partes. Me dijeron que ponga la denuncia en la comisaría, pero yo les dije que ya la había puesto un día antes, y que seguramente que era por eso que mi hija se estaba acordando, porque todo el día nos tuvieron de acá para allá, que a la comisaría, que a Medicina Legal, y todo el mundo le quería preguntar a mi hija.
Entonces la niña se acerca al escritorio y le muestro unos colores, y alegre se sienta a dibujar, le doy varias hojas y le pregunto a la madre que dónde estaba el padre que no había venido a la consulta, “lo dejaron libre doctor, seguramente que les ha pagado a la policía y a los médicos para que no salga nada en los exámenes.
Le digo que anatómicamente es imposible que el padre la haya violado, porque a esa edad la niña habría sufrido desgarros y hubiera necesitado atención médica de emergencia y seguramente tendrían que haberla operado por las lesiones que deja la violación a tan tierna edad.
La madre me mira un poco seria, y me dice, seguramente que usted tampoco me va a creer. Los policías no me creen, el fiscal tampoco me cree, nadie me cree. Y el señor, bien gracias, dándose la buena vida con la nueva amante, como es más joven que yo, seguramente se le ha calentado la cabeza, pero duro estará gastando su plata, porque para estar con una joven así tiene que adularla bastante. La gente dice que mi marido le está pagando la Universidad. ¿No es cierto mi hija que tu papá es malo? Papá malo, repite la niña, mientras sigue pintando en los papeles. Me mira me sonríe y me pregunta si tengo color amarillo, porque quiero dibujar un sol.
Ese día en que me enteré que mi marido estaba con esa vecina, yo me fui a la casa de mi mamá y juré por Dios que nunca le dejaría ver a mi hija, porque yo ya estaba sospechando de que algo malo le podía hacer.
¿Y no le va a preguntar cómo le hacía su papá doctor? Me pregunta imperativamente la madre. Entonces la tranquilizo y le digo que no se preocupe. Que para evaluar a un niño requerimos de varias sesiones, que preferimos realizar la evaluación con la técnica del juego, con el dibujo, con el diálogo imaginario. Que a los niños de esa edad no se le podía evaluar como se evalúa a un adulto, a quien se le pregunta en forma directa.
Después de tres sesiones, no encontré ningún indicador de abuso sexual, pero sí presentaba algunos síntomas de ansiedad: se orinaba en la cama, se mordía las uñas, y se despertaba llorando llamando al papá.
El diagnóstico en este caso es un Síndrome de Alienación Parental, donde por problemas entre la pareja, alguno de los padres, incita y premia las conductas de rechazo hacia el otro progenitor. Tienen la idea equivocada que los hijos les pertenecen, que pueden hacer con ellos lo que quieren.
Y el tratamiento, por supuesto que es está dirigido principalmente hacia los padres.

Trastorno obsesivo compulsivo

La primera vez que vi a Stephanie, hace dos años aproximadamente, pensé que sufría de Anorexia Nerviosa, pero poco a poco me di cuenta de que no era así.
Vino solamente con la madre, y antes de tomar asiento, sacó una toalla de su mochila y la extendió sobre la silla, mirando cuidadosamente las historias desordenadas. Con delicadeza alargó sus finas manos y empezó a ordenar el escritorio mientras su madre empezó a narrar:
“Mi hija tiene once años y desde hace tres meses, al comer pescado, se atoró con una espina, ella pensó que se le ha quedado allí en la garganta, pero ya hemos ido a muchos especialistas y no le han encontrado nada, le hemos tomado radiografías, tomografías y hasta le han metido un tubo por la boca y no le han encontrado nada. Desde ese entonces no quiere comer y lo que a veces le provoca, se lo tenemos que dar licuado.”
Noté que Stephanie se rascaba varias veces la parte de atrás de la oreja derecha cada cierto tiempo. Y también que tenía tics en el ojo izquierdo. Estaba muy pálida y delgada. Las manos parecían transparentes y más blancas que el resto del cuerpo. Usaba ropa ancha para disimular la delgadez.
La madre continuó: “Y no sé si es desde esa vez que se atoró o un poco antes que se le ha dado por tener esos tics en el ojo izquierdo y por lavarse las manos siete veces seguidas que hasta un jabón entero se lo gasta en el día. También le he dicho que deje de rascarse la oreja porque se la va a hacer herida”.
Entonces la niña dijo: “Tengo miedo comer, ya no me duele la garganta, pero parece que me voy a atorar, que me voy a morir de un momento a otro, fue horrible, parecía que me iba a asfixiar, tosí y tosí y no salió nada. Desde esa vez se me han metido varias manías, no puedo tocar nada sin pensar en quién lo habrá tocado antes. Cuando me dan una moneda ahora la cojo con un papelito y me pongo a pensar quienes habrán tenido esta moneda entre sus manos, seguramente que la gente no se habrá lavado, hasta gente muerta la habrá tenido en sus bolsillos. Cuando subo al autobús, trato de no coger el pasamanos porque me imagino que mucha gente sucia se ha tomado de allí y que me puede transmitir enfermedades. Mi mamá es enfermera y me ha dicho que los microbios son tan pequeñitos que no se ven. Entonces, cuando no puedo quedarme parada, tengo varias bolsitas de plástico y tomo una para pasar mi mano y luego de que la uso la boto en un tacho para basura. Y apenas puedo me voy corriendo a lavarme las manos. Menos mal que tengo una toalla y jabón para mi sola. Me lavo siete veces exactas, si me equivoco, en la cuarta o quinta vez, empiezo a contar con mayor atención. Si es que no lo hago las siete veces seguidas, pienso que algo malo le va a pasar a mi mamá. Y para que no suceda, lo cuento las siete veces con cuidado, porque no debo equivocarme”.
La madre la miró y le dijo: “Eso no me habías contado, y yo que te llevaba desinfectante todos los días…”
La niña le mencionó que no se lo contaba porque eran cosas horribles, no te imaginas mamá las cosas horribles que se me vienen a la mente. También me pellizco la oreja tres veces para que no se venga el fin del mundo. A veces pienso que no es real, pero no puedo resistir el impulso de pellizcarme la oreja tres veces exactas”.
Ese día le pedimos los exámenes necesarios para descartar otro tipo de enfermedades, y cuando comprobamos que no sufría alguna enfermedad de origen orgánico, nos quedamos con el diagnóstico de Trastorno Obsesivo Compulsivo. Iniciamos tratamiento integral, tanto medicamentoso como psicoterapéutico y ahora, dos años después, veo a otra Stephanie viniendo a la consulta saludable y con el peso adecuado. Ya no limpia la silla ni arregla el escritorio. Tampoco tiene rituales para evitar desgracias. Ya está comiendo normal. Cuando le leo el motivo por el que vino a la consulta, me sonríe y me dice: no lo puedo creer, parece un mal sueño.
Entonces me toma de la mano y mirándome fijamente a los ojos, me dice: ¡muchas gracias doctor!
Entonces, me quedo contento, muy contento.

martes, 23 de julio de 2013

Violencia Familiar

En Medicina actual, se considera que todas las enfermedades y trastornos tienen múltiples causas, que no basta una sola, sino que es la confluencia de varias circunstancias. El ser humano es básicamente un ente bio-psico-social, en el cual están relacionados el propio organismo biológico, su particular actividad mental y su entorno social. Es por eso que, el día en que Katty, de 13 años de edad fue hospitalizada porque dejó de hablar de un momento a otro, una de las primeras acciones que realizamos fue entrevistar a la familia para que nos proporcionara datos de Katty y también para estudiar la dinámica familiar.
Desde un inicio, desde que ingresaron al consultorio y se sentaron, como formando alianzas entre el padre y Katty y por el otro lado la madre con el hijo menor, nos fuimos dando cuenta de que algo sucedía en esta familia.
Aunque Katty no habló durante los primeros cuatro días que estuvo hospitalizada, sí se podía comunicar escribiendo en hojas que les proporcionaban los demás. Allí nos contaba que odiaba a su madre y que no quería verla. No nos decía porqué.
Al entrevistar al padre, a la madre y a dos tías que vinieron a verla, nos fuimos formando una opinión de lo que estaba sucediendo. La madre aceptaba que algunas veces, “yo era un poquito dura con ella, sí la paraba gritando para que hiciera bien las cosas, pero muy poquitas veces le pegué con el chicote, una sola vez me sobrepasé y le dejé marcado el cuerpo, es que no podía con ella doctor, rompió en llanto la madre, no me hacía caso, se ponía rebelde, no estudiaba, no hacía las tareas, no quería ni ayudarme a cuidar a su hermanito. Yo la levantaba  a las cinco y media de la mañana para que me ayudara a hacer las cosas, pero me daba una vuelta y ya estaba durmiendo en el establo, entonces yo me enfurecía y la golpeaba con cualquier cosa que encontrara a la mano. En cambio, cuando estaba presente su papá era diferente, se mostraba hacendosa, hasta fingía su tono de voz y me decía mamita quieres que te ayude en esto, quieres que te ayude en lo otro, y hacía todo sin reclamar, y a mi me daba cólera porque creo que lo hacía a propósito.”.
Por su parte el padre me decía que Katty era una niña un poco distraída, que muchas veces perdía cosas en el colegio, que era un poco torpe, y que podía romper muchas cosas en un solo día, que su mamá ya se había comprado varias docenas de vasos para reponer los rotos y ya le había separado una taza de plástico para ella sola. Cuando llego de trabajar ella me da las quejas de cómo la ha tratado la mamá y yo en vez de ponerme a escucharla atentamente, más bien le traía chupetines o cualquier cosa que a ella le gustara. Yo solamente quiero que estudie y sea la número uno en su clase, para que después se supere y sea una mujer de bien, es por eso que me he sacrificado para comprarle una computadora y para que tenga Internet para que haga sus tareas, aunque mi esposa dice que ella no hace sus tareas y que más bien para metida en el chat o jugando en red. A decir verdad yo nunca le he pegado a mi hija, aunque si le alzo la voz para corregirla.”
Las tías, hermanas de la mamá de Katty, coincidían en decir que existía muchas peleas entre los esposos, que por cualquier cosa se ponían a discutir, especialmente la madre de Katty que era muy fosforito doctor, para como amargada, al pobre de su marido lo mangonea como si nada, grita y tira las cosas y asusta a los pobres niños, una vez hasta amenazó con cortarse las venas por el simple hecho de que su marido había olvidado comprar papel higiénico, empezó la discusión por eso y al final nos sorprendió que quería cortarse las venas. Menos mal que nuestro cuñado, tan buena gente él, tan cariñoso, se acercó a consolarla y le pidió perdón. Nuestra sobrina, apenas escuchaba estas discusiones se iba al corral, abrazaba a su corderito y se ponía a hablarle hasta que terminaba la discusión. Lo que creemos que desencadenó todo esto, fue que su mamá le encontró un mensajito de su amiguito, donde había un corazón con la inscripción de que siempre serían amigos, cosas de niños, y su mamá lo interpretó de que eran enamorados y allí fue que desconocimos a nuestra hermana, le dijo de todo a la pobre niña, eso fue un domingo, al día siguiente, en el colegio, fue que Katty dejó repentinamente de hablar.”
Según Ley, Violencia Familiar, constituye cualquier acto que afecte la integridad física, psíquica y moral de las personas que viven dentro de una misma casa, y también aquellas realizadas por familiares hasta cuarto grado de consanguinidad o segundo grado de afinidad, lo cual quiere decir que si alguien que no es familiar y vive dentro de una misma casa, y es maltratado, su caso es considerado como Violencia Familiar.
Por último, debemos recordar que la palabra puede constituirse en un arma letal o también en forma terapéutica, una sola palabra bastará para sanarnos.

Abuso sexual infantil

Cuando la madre de Katty encontró in fraganti, a su propio hermano abusando sexualmente de su hija de cuatro años, ella le increpó su actitud y lo amenazó con denunciarlo ante la fiscalía. La abuela, dueña de la casa, primero le rogó que no denunciara a su hijo, que seguramente había sido un malentendido, que probablemente le había parecido, pero la madre de Katty decía que nadie le podía decir eso porque ella misma había visto con sus propios ojos, a su hermano de padre y madre, manoseando a su propia sobrina. Luego le siguió rogando más, diciéndole que no sea malvada, que su propio hermano se iba a ir a la cárcel solamente por un malentendido. La madre del abusador y de la madre de Katty, al ver que su hija no cedía ante sus ruegos, empezó a endurecer su voz y al final terminó amenazando a su propia hija, que si ella denunciaba a su hermano, ella como dueña de la casa los iba a echar a la calle a Katty y a los padres de Katty, y que se olvidaran de ella para siempre. Durante esa noche, la madre de Katty guardó silencio, y lo mantuvo durante un tiempo más, hasta que los estragos del abuso sexual empezaron a aparecer. La niña se despertaba llorando en la madrugada muy asustada, volvió a orinarse en la cama cuando ya había controlado los esfínteres, empezó a comerse las uñas y a golpearse la cabeza. Le tenía miedo a los hombres, incluido al papá.
Cuando Katty recuerda este hecho, contrae su rostro de rabia, culpa a la madre por no haberla defendido, al padre por no haberse dado cuenta y a la abuela por permitir que el abusador siguiera viviendo en la misma casa y ella aprendió a aguantarse su miedo cuando veía al tío.
Abuso sexual, desde el punto de vista médico, comprende no solamente la violación sexual y tocamientos indebidos, sino también todo acto ya sea físico o psicológico de naturaleza sexual contra otra persona. Por ejemplo, si alguien empieza a realizar llamadas telefónicas obscenas, según la OMS, ya se considera Abuso sexual.
Y el abuso sexual infantil, trae consecuencias devastadoras en la Salud Mental de las personas. En el caso particular de Katty, tuvo un rendimiento escolar muy bajo, ella llegó a sentirse culpable del hecho, y a medida que fue creciendo se sentía tan sucia que empezó a hacerse daño ella misma, se hincaba con alfileres en los brazos y se rayaba los muslos con tijeras.
Los padres parecían no darse cuenta, y solamente acudieron a un profesional de la Salud, cuando un día de repente, Katty dejó de hablar.
Ante un caso de abuso sexual, la primera persona que toma conocimiento de ello, tiene el deber de realizar la denuncia, ya sea a la Policía Nacional o directamente a la Fiscalía. Menos mal que en el Perú ya se ha normado la Ley para que los niños abusados sexualmente sean examinados por profesionales competentes, en una Entrevista Única y usando de preferencia la Cámara Gesell, que es un lugar acondicionado con una ventana que por un lado es espejo y por el otro lado los fiscales pueden mirar la entrevista que realiza el psicólogo forense. Esa entrevista es grabada y pasado a un medio digital para la posterior visualización por parte del Juez, si fuera necesario. Esta Entrevista Única evita la posterior revictimización del menor, que anteriormente, era examinado una vez por el médico legista, luego por otro ante una duda, y declarar ante la policía, ante la fiscalía, ante el juez, y cada vez que narraban los hechos, el menor volvía a revivir el abuso.
El caso de Katty no es único. Muchos niños y niñas, que sufren de algún otro problema mental tienen el antecedente de haber sido abusados sexualmente, en cualquiera de sus formas.
Los padres, por más ocupados que estemos, siempre es conveniente que nos tomemos un tiempo de calidad para charlar con nuestros hijos, lo cual redundará en beneficio de todos los integrantes de la familia.
Como anécdota quiero contar que siendo médico legista hace mucho tiempo, me tocó examinar a una menor de doce años que había dado a luz a su segundo hijo. Al costado de la cama, estaba un joven de 16 años que ya estaba siendo esposado ante el llanto de la menor. Después descubrí que ellos vivían juntos, que el chico de 16 trabajaba y mantenía a su nueva familia. En ese caso el Fiscal declinó denunciar al joven por violación sexual, simplemente porque eran de un Centro Poblado a dos días por río del pueblo selvático de Chazuta, departamento de San Martín, y en ese lugar, era una cuestión cultural y social que los jóvenes se juntaran a tan tierna edad.