Simona es una paciente de aproximadamente 60 años, con la piel tostada por el sol, cabello lacio y entrecano recogido con una peineta hacia atrás. Trae un vestido celeste a la usanza del campo, calza unas hawaianas negras. Sus ojos rojos llenos de carnosidades se vuelven más pequeños y su voz se apaga antes de salir de su garganta. Viene acompañada de Pedro, su marido de toda la vida. Él viste camisa blanca, pantalón caqui, llanques y un sombrero de ala ancha.
Sin decirme nada ambos rompen a llorar. Luego, me hablan de que en sus tiempos nunca se ha visto que los hijos envíen a sus padres a los asilos, “fijese doctor, –dice Doña Simona–, este asilo que tenemos en Chulucanas ha estado vacío durante muchos años, sencillamente porque acá nadies estábamos acostumbrados a abandonar a nuestros ancestros en ningún lugar extraño. Por más enfermitos que se nos pusieran, siempre los cuidábamos y ellos tenían su lugar preferencial en nuestras casas. Claro, hasta que Diosito nos los recogía”.
Pedro tomaba de la mano a doña Simona, quien, mientras empezaba a hablar, sollozaba y se limpiaba las lágrimas con un pañuelo blanco, arrugado, que lo guardaba entre su seno.
“Yo no sé escribir, doctor, pero mis padres me han enseñado lo que es bueno y lo que es malo, también la vida me ha enseñado a criar once hijos, que pa qué le voy a mentir y decirle que me han salido malos, no. No me han salido malos, todos se acuerdan de nosotros”. “Nosotros nos comprometimos bien muchachos, yo apenas andaba por los quince años y mi Pedro por los diecisiete, y se nos dio la locura de irnos por Malinguitas, allá nos fuimos a buscar trabajo. Entonces le dieron trabajo como peón de chacra y a mí de cuidar los hijos de una señora blanca, creo que por eso ahora nuestros hijos nos han abandonado, creo que es como un castigo de Dios, solamente que nosotros regresamos como a los dos años”. “Cada dos años salí embarazada por este bandido, y gracias a Dios que ninguno se me murió, en ese tiempo teníamos bastantes hijos porque muchos se nos morían, y habíamos aprendido de los antiguos que debíamos hacer igual que con la cosecha, un tercio para el patrón, un tercio para las plagas y el resto para nosotros. Menos mal que mi Diosito no reclamó su parte y tampoco ninguna enfermedad me arrancó ninguno de mis hijos. Y todititos los once pudieron sobrevivir. Todos aprendieron un oficio, menos Miguel, el tercero, que quiso dedicarse a la chacra y que fue el primero que se fue con mujer. Ahora ya tengo tres nietos con él. Entonces fue idea de Pedro, de ir construyendo nuestra casita poquito a poquito, y así fue, primero de taraya, luego de quincha y al final de adobe, un cuarto para cada uno de nuestros hijos. Al principio no nos asustábamos cuando se iban yendo uno a uno, pensábamos que iban a regresar cada uno con nuestros nietos a volver a hacer bulla en la casa grande. Y al final quedó la Juana, la menor, que yo pensé que se iba a quedar soltera para cuidar de nuestra vejez, y lo peor de todo es que la muy bandida no nos dijo nada, de la noche a la mañana se mandó a mudar a Lima, con el hijo del albañil que nos construyó la casa. Sin decirnos nada se la robó. Apenas mandó una carta diciéndonos que la perdonáramos, que estaba bien y que estaba embarazada de mellizos. Yo no sé qué cosa le ven a Lima, que todititos se han ido para allá. Y es tan grande esa ciudad que ni siquiera entre ellos se visitan.” Y no podrá creer doctor, que ni el burro rebuzna a ninguna hora del día. Todos los animalitos están tristes, las plantitas se nos han secado, las lágrimas se nos han secado, la hamaca no se mueve ni con el viento, los petates están todos arrumados, apolillados. Y pareciera que estos árboles estuvieran apestados, porque ninguna banda de loros se atreve a alborotar el aire. Por eso estamos aquí, porque hasta se nos ha dado por andar peleándonos entre nosotros, hay días en que ni nos hablamos, que nos damos la espalda y ni siquiera tenemos fuerza para limpiar la casa”.
Después de escucharlos, les digo que en toda la naturaleza no existe ejemplos de leones que agranden sus cuevas para albergar a más cachorros, que no existen nidos de dos ni de tres pisos, que es más, los pájaros, apenas cumplen su misión de procrear, vuelan todos, aun dejando el nido vacío. Entonces les pregunto qué saben hacer y qué desean hacer con tanto tiempo libre. No es tan fácil el proceso de volver a empezar solos, como estuvieron al principio, aunque ahora con más edad.
Ahora sé que después de tiempo, ya no están tan tristes, y que actualmente tienen un próspero negocio de flores. De vez en cuando recibe la visita bulliciosa de los nietos “limeños”, y que nunca falta un jarrón de flores al centro de la mesa del comedor, ni en la percha de sus santos.